El espacio se privatiza


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GALACTIC SUITE

(Spain)

EL ESPACIO SE PRIVATIZA

[…] El equipo de Claramunt se ha asociado con profesionales americanos de la astronáutica para diseñar «Galactic Suite Project», que por el «módico» precio de 3 millones de euros dice que va a ofrecer a sus clientes una estancia en una suite en una cápsula en forma de racimo de uvas orbitando a 450 kilómetros de la Tierra. Cada «habitación» gozará de amplios ventanales por donde el cliente verá el Sol salir y ponerse 15 veces al día. […]
Desde que en 1957 una todavía imponente Unión Soviética lanzara el primer Sputnik, y el norteamericano Neil Armstrong plantara el primer pie humano en la Luna en 1969, la carrera espacial parecía cosa de superpotencias locas por enfrentarse y por competir. Pero el fin de la Guerra Fría le quitó al duelo estelar de titanes mucha mística y, en consecuencia, casi todo el presupuesto.
El antiguo poderío estelar ruso se desbarata entre el caos político y económico y una descarada corrupción. La NASA pierde prestigio casi cada quince días (cuando sus astronautas no están borrachos o liados, son los transbordadores espaciales que explotan o las sondas que se pierden) y tiene cada vez más dificultades para justificar las cuantiosas inversiones que requieren sus proyectos ante un gran público poco familiarizado con las sutilezas científicas. Los programas europeos obtienen por ahora resultados más meritorios que brillantes. En cambio afloran sin cesar las empresas ávidas de lanzarse a la aventura. ¿Ha llegado el momento de privatizar el espacio?.

Las leyes del turismo espacial
En 2001, el estadounidense Denis Tito se convirtió en el primer turista espacial, abriendo una brecha que posteriormente han transitado otros millonarios excéntricos como él en Australia, en Japón o en Irán. Lo que empezó como el capricho de pocos y la necesidad de muchos de rentabilizar las costosas salidas tripuladas de la Tierra, ha acabado consolidando una tendencia. Si en verdad existe un público dispuesto a pagar fortunas por este tipo de viajes, ¿no es inevitable que acabe existiendo un mercado que los ofrezca?
Estados Unidos, cuna de la carrera espacial pública, pero asimismo urna de las esencias liberales, ha sido el primer país que se ha animado a legislar el turismo espacial. De momento lo ha hecho a título más simbólico que otra cosa: las restricciones adoptadas dan tanta risa, que más parecen un recordatorio de la capacidad del gobierno para restringir, que de su seria voluntad de hacer este cometido tan loable.
También es verdad que para ponerse ahora mismo en situación hay que tener una imaginación enorme. Como la del arquitecto catalán Xavier Claramunt, conocido por su audacia multidisciplinar y por perseguir el éxito allá donde se encuentre: en la cima de las torres más altas de China, en un hotel edificado en el fondo del mar, o en otro hotel surcando el espacio exterior, que tiene previsto abrir sus puertas en el 2012.

Hoteles galácticos
El equipo de Claramunt se ha asociado con profesionales americanos de la astronáutica para diseñar «Galactic Suite Project», que por el «módico» precio de 3 millones de euros dice que va a ofrecer a sus clientes una estancia en una suite en una cápsula en forma de racimo de uvas orbitando a 450 kilómetros de la Tierra. Cada «habitación» gozará de amplios ventanales por donde el cliente verá el Sol salir y ponerse 15 veces al día.
También se duchará con gotas de agua flotante y realizará actividades “científicas”. Para estar a la altura, cada turista espacial habrá pasado varias semanas de entrenamiento en un resort de lujo en un emplazamiento tropical —nada que ver con los duros entrenamientos de los astronautas de verdad en el desierto—, antes de meterse en un transbordador que le llevará a pasar tres noches extraterrestres. Ya existen incluso estimaciones de las dimensiones del mercado disponible: se calcula que ahora mismo hay unas 40.000 personas en el mundo capaces de costearse semejante lujo. ¿Pero de verdad querrán hacerlo?
Como ser millonario no va necesariamente asociado a ser tonto, la primera duda que hay que disipar es si se está gestando un sector turístico nuevo con todas las de la ley, o si las empresas autoproclamadas punteras del citado sector lo que van es de farol. ¿Podría ser el turismo espacial un anzuelo para generar expectación y propulsar publicitariamente otros proyectos de las mismas empresas?
En la actual fase de la carrera espacial privada no puede descartarse ninguna opción. Ni siquiera en el caso de corporaciones íntegramente creadas para este propósito.
Es el caso de «Bigelow Aerospace», que acaba de poner en órbita dos vehículos espaciales inflables —el Génesis I y el Génesis II— y que pensaba lanzar un tercero, el Galaxy, a lo largo de 2008, a modo de preparación del que sin duda es su proyecto más ambicioso: el Sundancer, una estación espacial tripulada de pago (a disposición de turistas, pero también de agencias espaciales públicas si lo solicitan, por ejemplo, para reparar una sonda o un telescopio) que esperaban tener lista para 2010. Ahora aseguran que este proyecto podría adelantarse tanto, que ya no valdría la pena lanzar el Galaxy.
En un dramático y a la vez optimista discurso publicado en la página web de la compañía, su presidente, Robert T. Bigelow, anunció que los costos de la carrera espacial se están multiplicando tanto y a tal velocidad —particularmente en la superinflacionaria Rusia, especifica— que esperar demasiado puede ser económicamente suicida. La decisión oficial corporativa es actuar ya.

¿Apuesta de futuro o humo?
¿Es un mensaje dirigido a los accionistas, esos tiranos del mundo empresarial americano, donde ya no cuenta qué produces o qué vendes, sino cuánto cotizas y creces cada año en Bolsa? ¿Podría ser este incipiente mercado espacial una forma de vender humo y captar incautos, o es una sólida apuesta de futuro?
Lo cierto es que la mismísima NASA parece tomar muy en serio estas cosas. No se le han caído los anillos por buscar inspiración fuera de casa, y hasta pensar en convocar concursos de dotaciones millonarias, para diseños de micronaves espaciales, o para nuevos ingenios capaces de alunizar con menos costos. Estos concursos están abiertos a todas las empresas.
Pero de momento el galardón más prestigioso del sector sigue siendo el Premio Ansari X, instituido en 1996 por el emprendedor neoyorquino Peter Diamandis (Ansari es el nombre de los capitalistas indios que elevaron la dotación del premio a 10 millones de dólares) para quién lograra construir una nave espacial capaz de transportar a 3 personas a 62 millas de la Tierra —el punto donde se considera que cesa la atmósfera y arranca el espacio exterior—, devolverlas a casa sanas y salvas, y repetir el viaje en dos semanas.
Astronautas de chiripa abstenerse. El ingeniero aeronáutico Burt Rutan consiguió embolsarse el premio en el año 2004 como creador del SpaceShipOne, la primera nave espacial pilotada no gubernamental de la Historia.
La empresa de Burt Rutan fue adquirida recientemente por una cantidad astronómica —valga la redundancia— por una firma rival interesada en los secretos de su elevada tecnología espacial. Los antiguamente venerables simposios espaciales empiezan a adoptar el aire de abigarrados mercadillos. Donde la carrera espacial se compra y se vende al mejor postor.