Arquitectura que toma la palabra

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Via Construcción #45
ARQUITECTURA QUE TOMA LA PALABRA

(Spain)

ARQUITECTURA QUE TOMA LA PALABRA

Una fértil mezcla intergeneracional de arquitectos ejemplares; una arquitectura alabada en todo el mundo; una etapa singularmente activa de la construcción tanto desde la esfera privada como desde la pública; un escenario referencial como Construmat. Eran el momento y el lugar oportunos para cruzar reflexiones y valorar todo lo que está pasando.
“Por favor, repartidlo como lo hacíamos en la universidad… Quienes están en el extremo de la fila que lo pasen al compañero y así sucesivamente”, solicitaba al auditorio el arquitecto Félix Arranz. Era el “aprendiz de ceremonias” que no maestro como se definió, aludiendo a la pléyade de autores que tenía delante. Arranz ejerció de moderador del Gran Foro de Arquitectura y Buena Construcción organizado por Grupo Vía el pasado 17 de mayo, en el marco de Construmat. Aquello que debían pasarse unos a otros no era un examen, aunque algo de reto sí tenía. Eran las hojas impresas con el texto del Manifiesto-Compromiso de Montjuic que poco después se iba a leer en voz alta. Había sido un trabajo de índole introspectiva al principio y de declaración pública -“por una arquitectura digna y por una ética de la buena construcción”- después por parte de un grupo de 21 arquitectos. La iniciativa había comenzado unas semanas antes con la edición de un blog en Internet (http://granforovia.blogspot.com) en el que se publicaron los documentos y reflexiones previos de los arquitectos participantes, que luego sirvieron para redactar el Manifiesto (ver texto íntegro en la página 70). El objetivo es que este debate tenga una continuidad permanente en la Red, donde ya se han sumado un buen número de adhesiones.
El Gran Foro de Arquitectura de Grupo Vía fue una de las jornadas que causó más expectación en el programa de Construmat. Con la asistencia de 380 personas y periodistas de diarios locales y estatales, la convocatoria tuvo una gran singularidad, al conseguir reunir a un elenco de arquitectos españoles de reconocido prestigio (más el portugués Joáo Alvaro Rocha) que se caracterizan por su compromiso con los nuevos contextos culturales, sociales y medioambientales. “Un   edificio   bien   construido
puede no tener nada que ver con la buena construcción”, fue la primera idea lanzada por Patxi Mangado, quien pronunció una de las dos ponencias magistrales que precedieron al coloquio. Según su definición, “la buena construcción tiene una carga ideológica. Es algo que pertenece intrínsecamente al proyecto y que debe ser un fundamento generador del mismo”.
Para Mangado, “el concepto de buena construcción adquiere una dimensión ética”. “No hablo de medios, algo que pertenece al ámbito de la producción, sino de objetivos, sin los cuales es imposible hablar de buena construcción”, matizó.
El arquitecto navarro expresó con vehemencia tres críticas de enorme calado sobre el “problemático” estado actual de la construcción y de la arquitectura en España. La primera: “El 90% o 95% de la realidad que nos rodea responde a la promoción y ejecución de una arquitectura banal. Aunque cada vez más promotores y constructores se están esforzando en incorporar la buena construcción, la verdad es que la mayoría de las construcciones responden a realidades espúreas, movidas por la especulación”.
El segundo motivo de preocupación, según Mangado, es “esa arquitectura de la soflama, más del parecer que del ser, que está inundando nuestras ciudades. El objeto arquitectónico no es un hecho que tiene que servir, que se materializa y tiene una capacidad expresiva a partir de la forma construida, sino que es simplemente un telón, una pieza mediática. Muchos políticos se suman a este planteamiento”. “A mí me parece que este hecho está produciendo, particularmente en las escuelas, un inconveniente extraordinario: el de una arquitectura caligráfica”, añadió. “Estamos viendo una arquitectura que no es inteligente, que no parte de la investigación, de un planteamiento ético, sino de la especulación. Además, es una arquitectura profundamente reaccionaria. Siempre la buena arquitectura ha pretendido dar más de lo que la sociedad reclama. En estos momentos la sociedad reclama metros cuadrados lo más baratos posibles, da igual la calidad que tengan”, denunció. El tercer y último factor que influye negativamente es “la homogeneización y esterilización” de los proyectos, que Mangado achaca a “un proceso normativo y burocrático que disminuye a mínimos los valores arquitectónicos de investigación y propuesta”. “Reivindico la capacidad de riesgo para la buena construcción”, proclamó, para poner como ejemplo el caso de la VPO: “Entiendo que, hasta cierto punto, la sociedad tenga la obligación de garantizar unos mínimos, pero no confundamos esto con dar un estereotipo que se tenga que repetir. Hay que dejar un margen para la investigación”. Para Mangado, normas como el CTE “uniformizan”. “Creo que esto es un peligro extraordinario para la arquitectura porque la capacidad de propuesta se está reduciendo a extremos inverosímiles”, lamentó. Finalmente, el arquitecto navarro puso en entredicho “esa especie de estilo medioambiental que se ha creado”, porque “la buena arquitectura siempre ha estado comprometida con el Medio”. “No tiene sentido que una normativa te obligue a instalar placas solares y no haya ninguna referencia a cómo se orientan los edificios o sobre cómo se puede construir con los medios constructivos contexto nos da. El mercado no puede producir una ficción o un engaño”, advirtió. Por su parte, Carlos Ferrater quiso matizar el diagnóstico de Mangado: “El estado de la arquitectura española es de los mejores en todo el mundo, no sólo en las capitales principales sino en toda la geografía de este país. Aunque el porcentaje no sea muy alto en relación a todo lo que se construye, sí son semillas de gran importancia porque el patrimonio arquitectónico de un país se construye generación tras generación”. Para él, “un proyecto ha de ser sostenible, primero, desde un punto de vista intelectual. Antes de ver cuánta energía consume, es importante que ese proyecto se adapte a una situación, que responda a una función social, y que, sobre todo, encuentre ese código genético del lugar. Incluso que los mecanismos constructivos ya estén implícitos en el primer dibujo”. Ángela García Paredes focalizó en la dimensión temporal el aval de la buena arquitectura. “El tiempo largo que necesita la arquitectura para pensar, desarrollar el proyecto y materializar una buena construcción, es un elemento muy valioso para saber si ese edificio es una arquitectura de calidad. Cuando el tiempo ha dejado su huella en el edificio es cuando la buena arquitectura permanece y cuando se comprueba si la coherencia necesaria entre arquitectura, lugar, construcción, intenciones… ha sido o no fructífera”. Sobre el concepto de sostenibilidad, la arquitecta madrileña defendió la necesidad de que “el propio proyecto es el que debe incorporar el rendimiento energético y que esto no figure como un añadido. Por ejemplo, la energía solar no debe ser un añadido de placas que se ponen en la cubierta; la buena climatización no debe ser una suma de máquinas. El proyecto debe tener todos esos elementos que son el abc de la propia construcción, como pueden ser la orientación, el aislamiento o la altura correcta”. Ramón Sanabria inició su intervención con un mensaje para los poderes públicos: “Pediría que las normativas que se promulgan desde las Administraciones Públicas fueran más inteligentes”. “Me apena cuando veo gran cantidad de obras públicas, sobre todo en la VPO, y hay mucho movimiento en las fachadas pero el contenido siempre es el mismo”, afirmó el arquitecto catalán, para quien “la vocación de servicio de la profesión, con tanto artilugio, se acaba convirtiendo en servilismo. Tanta producción y tan poco tiempo para la reflexión es malo para la arquitectura”, sentenció. Esteve Terradas fue sintético al afirmar que “para hacer una buena arquitectura hacen falta tres factores muy importantes: un buen cliente-promotor, un buen constructor y un buen arquitecto. Si uno de los tres falla, el proyecto se resiente”. E hizo una analogía: “Poder construir en cualquier parte, con los mismos diseños y los mismos materiales, me recuerda al diseño de los coches actuales, que parece que todos sean iguales, sin distinción de la marca. A veces, en la arquitectura pasa lo mismo” Joáo Alvaro Rocha fue el otro arquitecto encargado de impartir la conferencia magistral que abrió el Foro. “Hablar de buena construcción es hablar de buena arquitectura. Y ésta empieza en el lugar, en la capacidad que tiene una arquitectura de enraizarse en él”, fue el mensaje del arquitecto portugués. “Este debate cobra una vigencia absoluta”, señaló, “porque estamos en un tiempo en que se da una gran importancia a las imágenes y éstas viajan a un velocidad muy rápida por todo el mundo. Creo que este hecho está desplazando ese sentido primigenio de la arquitectura que es trabajar a partir del lugar”, lamentó. En este sentido, Rocha concretó que “la capacidad de la arquitectura de hacer paisaje no tiene nada que ver con un estilo, una tendencia o una escuela, sino con una ética y una forma de afrontar la arquitectura”, que él considera necesaria “para educar otras arquitecturas mediante la memoria y la tradición”. Rocha deposita la transmisión de esta actitud ante el oficio en una cadena generacional intangible pero latente, que ejemplificó, en el caso de la arquitectura portuguesa, en Távora, Siza, Souto de Moura y él mismo. El tono del debate dio un giro con el parlamento de César Ruiz-Larrea, que arrancó con una autocrítica: “En realidad, creo que todos tenemos mala conciencia porque, nos guste o no, somos cómplices de una realidad espléndida del sector en los últimos años que a todos nos ha venido bien. Lo que ocurre es que se han hecho mal las cosas. No me preocupa el problema cuantitativo sino el cualitativo. Por ejemplo, a nadie se le ocurre decir: ‘este fin de semana te invito a Madrid que vamos a ir a pasear al PAU de Sanchinarro…” Ante este panorama, Ruiz-Larrea se mostró, no obstante, optimista: “Creo que estamos en un momento similar al de las vanguardias del siglo XX, el paradigma moderno. Ahora estamos ante otro paradigma que hemos de definir entre todos que es el de la sostenibilidad, esto es, la necesidad de rectificar todos esos problemas cualitativos que se están reproduciendo”. “Los arquitectos tenemos que escuchar a la sociedad”, concluyó. Enríe Massip retomó la reflexión sobre la actual coyuntura marcada por la abundancia de nuevas normas que regulan el proceso edificatorio.
“La normativa es como el paisaje; está allí e igualmente la tenemos que gestionar. Y no vale abandonarla. Eso sí, tenemos que exigir que la normativa se haga desde unas aspiraciones sociales determinadas. Por ejemplo, no vale que aún estemos trabajando con parámetros de la posguerra española en materia de vivienda”, se quejó. Esta situación “seguramente se debe a una crisis de las élites políticas y económicas de este país”, opinó. Carlos Lámela recurrió a otra analogía con la industria del automóvil, pero a diferencia de Terradas, en un sentido positivo: “Ese sector ha sabido adaptarse muy bien a los requerimientos de la sociedad”. “Cuando compramos un coche”, explicó, “nadie discute que haya elementos técnicos fundamentales y que ciertas averías hayan pasado a la historia. ¿Cuándo conseguiremos lo mismo con la arquitectura?”. “La construcción es una enorme cadena que hoy tiene eslabones defectuosos… Yo añadiría un cuarto agente: el usuario. De nada sirve que los arquitectos nos preocupemos de la calidad del proceso si los demás agentes no se implican”, señaló. “Todos los titulares de los periódicos que hablan sobre Construmat, afirman que el ciclo expansivo parece ser que está tocando techo. ¿Cómo sacar ventaja de ello?”, se preguntó Luis Alonso. Su reflexión parte del hecho de que “durante años, el todo se vende ha sido el mayor enemigo del avance”. “Cuando proponíamos a nuestro cliente nuevas soluciones, su respuesta, especialmente en el sector inmobiliario, era que para qué experimentar si esa oferta ya estaba contrastada y funcionaba. Por ello, ha habido un estancamiento y conservadurismo, sobre todo, en los exitosos departamentos comerciales de las inmobiliarias, y con ello, de todo el sector: consultores, industriales… y, al final, también los arquitectos”, describe. “Deberíamos aprovechar esta nueva coyuntura para hacer protagonista a la investigación”, instó Alonso, que se mostró crítico con la Administración al contraponer la circunstancia de que la arquitectura española esté a un nivel “altísimo”, mientras que el urbanismo esté a un nivel “paupérrimo”. “Por cualquier plan por el que pasees por la Meseta o el Levante, da auténtica pena. Hay planeamientos delirantes. La arquitectura se esfuerza luego en ser un maquillaje de un urbanismo mal planificado”, lamentó.
Fermín Vázquez rescató la cuestión de los nuevos reglamentos: “Hay una manera objetivable de construir, rodeada de normativa, que en el fondo está buscando acotar el riesgo. Precisamente, el riesgo es a lo que más jugamos los arquitectos; un riesgo no sólo intelectual sino también trasladado a clientes que, bien informados, están dispuestos a correrlo porque merece la pena”. Para Vázquez, “uno tiene la sensación de que toda esta suma de códigos y de reglas con las que hay que trabajar hace evidente la desproporción entre medios y fines. Resulta perfectamente razonable que alguien quiera que se le garantice que, por ejemplo, un edificio al cabo de dos horas de incendiarse no se caiga o que no tenga goteras en un tiempo razonablemente largo. En cambio, el sistema del que se provee la sociedad para garantizar estas cosas elementales resulta desproporcionado y, curiosamente, ineficiente. Cabe reclamar mayor flexibilidad e, incluso, otros mecanismos para que merezca la pena en términos estrictos de coste”. Andrés Regueiro, del estudio Tuñón y Mansilla, recogió la idea de Terradas sobre el rol de los “actantes”, que son los que deben “administrar la enorme energía” que acumula el proceso de la arquitectura y la construcción. Respecto a la visión crítica argumentada por Patxi Mangado, Regueiro estimó que, en el fondo, es “esperanzadora”, porque ve que el arquitecto, mientras el proyecto arquitectónico sea la herramienta de la construcción, “tiene la sartén por el mango”.
Iñigo Ortiz fue breve pero diáfano: “Es tan evidente que la buena arquitectura siempre ha sido ecológica, que no debe ser discutido”. A su juicio, “la arquitectura de calidad no existe sin conocimiento. La memoria de la arquitectura y el conocimiento del mundo técnico son indispensables.” Xavier Claramunt se preguntó si “quizás se esté pidiendo demasiado a la profesión”. En cualquier caso, para él, “la base del arquitecto debe ser la constante proposición”. Gabriel Allende aportó un nuevo punto de vista, que invocaba motivos estructurales para explicar la posición actual del arquitecto ante el proyecto. “No existe una industria de la construcción; existe una industria de componentes. Hay ascensores, ventanas, perfiles, pero cuando esos perfiles se colocan en obra tienen puentes térmicos”, dijo gráficamente.
“Antes teníamos unos agentes de la construcción -ahora han desaparecido- que hacían viable que el proyecto pudiese ser realizado y llegase a algo. Tenemos ahora otra vía, la de los paquetizados y la de los project managers, pero creo que no existen como industria. Tenemos la sartén por el mango, pero de algo que se nos acaba escapando”, sentenció. Rafael de La-Hoz estableció una división: “Si hay una buena arquitectura, hay una muy mala en el otro extremo -ligada al fenómeno de la corrupción-. Pero la arquitectura media, además de ser mala, está mal o regularmente construida, algo que resulta deplorable”. Y propuso una hipótesis: “Tal vez sea porque todavía nos cuesta a todos aceptar que hemos dejado de ser inventores para pasar a ser gestores. Hemos pasado de una arquitectura de la artesanía a una del ensamblaje. Y no se puede ensamblar sin capacidad de gestión”. Benedetta Tagliabue hizo una enmienda a la totalidad respecto a la naturaleza del Manifiesto-Compromiso de Montjuíc. “Creo que estamos lejos de poder hacer un manifiesto, porque es algo que tiene que tener algunas características como, por ejemplo, ser muy esencial, tener realmente una petición o que un grupo de personas quiera algo, muchas veces en contra de otro grupo”. A continuación, defendió el perfil del profesional que trabaja en España: “El mito del arquitecto artesano no es un mito; creo que es verdad. Esta capacidad del arquitecto español de saber responder a muchos niveles es absolutamente real. Por ejemplo, en España no se diferencia entre el arquitecto que hace urbanismo, paisajismo o edificios, mientras que en países como Alemania se hacen distinciones a la hora de participar en los concursos”. “Luego está la capacidad de trabajar en diferentes ámbitos a la vez, como ejercer la arquitectura y la docencia. Esto es valiosísimo porque permite estar en contacto con la sociedad y, al mismo tiempo, en el mundo teórico. También es importante que seamos críticos con nosotros mismos; hay que intentar mantenerlo”, invitó. “Antes de construir bien, habría que pensar si hay que construir”, dijo lacónicamente Dani Freixes. E inició su disertación: “Considero que uno de los temas clave que nuestra generación no ha resuelto es la ocupación del territorio, que está motivada por un concepto bastante humano pero que se ha deshumanizado mucho: la movilidad”, lo que provoca una necesidad perentoria de carreteras. “Esto genera todo un sistema que atiende al uso del tiempo cuantitativo, es decir, que lo que hacemos son sistemas para ganar tiempo”, afirmó.
Finalmente, Freixes brindó al auditorio dos reflexiones. Una: “Hemos pasado del oficio de la construcción, al negocio de la construcción”. La otra: “Las normativas deberían estar más orientadas al premio que al castigo”. “Estamos todos de acuerdo en que la arquitectura corresponde a la buena construcción que ha definido Patxi Mangado; en que lo importante no es ser original sino ser origen, con toda una reflexión de largo recorrido y no una especulación inmediata. Pero, la sociedad, el político, el cliente, no sé si están interesados en todo esto. Quizás aún se conforma con tener un piso que no un buen piso. Convenzamos al político o hagamos la revolución”, fue el tono realista empleado por Rosa Rull que abrió la espita del debate. Mangado, por alusiones: “Lo importante es que te interese a ti Creo el arquitecto siempre debí dar más incluso en contra de la: aspiraciones de la propia sociedad Como no hay ideas ni fines, el arquitecto debe darlas”. Rull recogió el guante y fue más allá “Es evidente que hay que dar más Pero aunque los arquitectos asumamos ese compromiso, va a tardar muchos años… En cambio hay cosas que seguro que producirían un efecto colateral cuyo beneficio sería la buena construcción. Por ejemplo, los compromisos añadidos que asumamos -aparte de como despachos profesionales- tanto en la docencia como en las instituciones, para conseguir revisiones de normativas. O el respeto a los compañeros que no trabajan en la producción directa de la arquitectura y se dedican a la política y a la Administración, algo que me parece básico. En el momento en que esos profesionales pasen a primera línea con el mismo respeto que se ha tenido a otros arquitectos, a la larga, generara buena construcción, como nuestro voluntarismo”. Ruiz-Larrea profundizó en esa línea: “En los años 20 y 30 el arquitecto municipal era el de más prestigio entre los profesionales. Creo que desde los colegios se debería animar a las instituciones a que contraten a los mejores arquitectos para que sean arquitectos municipales. Retomar un protagonismo que se ha desvirtuado”, propuso. Finalmente, Ángela García de Paredes reconoció que “quizás sea verdad que todo este proceso y debate constante es endogámico, pero lo importante es ir dejando obras y espacios públicos construidos que sean piezas ejemplares de arquitectura que las demás personas acabarán disfrutando”.