Interactividad y familia

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Marco Polo era un viajero, Ali Bei también. Se trata de pioneros que se atrevieron a ir allí donde muy poca gente había ido, y a publicitarlo, hablar de ello. Porque muchos fueron los que viajaron en el pasado, pero solo algunos llegaron al punto de ponerlo por escrito de manera que llegara hasta nosotros. Sus viajes, que no el hecho de viajar, pues tanto otros viajaban como seguimos viajando nosotros.
Al ponernos a pensar sobre los hoteles que tenemos que construir, nos dio por repasar no ya las arquitecturas hoteleras históricas, sus grandes o pequeños edificios, sus estilos arquitectónicos, sino por mirar a los individuos que viajaron ya antes de que lo hiciéramos nosotros. Fue entonces que adquirimos la conciencia de que existía una diferencia entre lo que podríamos llamar viajero y lo que ahora damos en llamar turista. Aquello que nos llamó más la atención, y que nos propusimos recuperar adaptándolo a nuestras circunstancias y tiempo, es el carácter activo de la persona que se mueve por el mundo, el viajero, frente a la tendencia más pasiva del que sigue rutas y rutinas ya establecidas, el turista. De esta manera, nuestros últimos trabajos giran alrededor de devolver un tipo de protagonismo a las personas que supere la tendencia a tratarlas como alguien al que llevar en volandas, para considerarlas como individuos con criterio y capaces de disfrutar la actividad. Y es aquí que aparece el concepto de interactividad que nosotros queremos trasladar a los hoteles, generar no ya solo unos estímulos que lleven a producir unas respuestas sino, mucho más importante, dar unas herramientas (espacios, posibilidades, tiempos…) para que las personas puedan interactuar tanto con aquello inanimado que los rodea como con las otras personas con las que se cruzan en ese lugar que llamamos hotel.
Para ir de lo menos sólido a lo más urbano, empezaremos dando unos apuntes sobre el papel de la luz y la interactividad. Puede llegarse a aceptar que si algo no se ve no tiene por qué existir. Ahora lo ves, ahora no lo ves. A partir de ahí la luz es fundamental, no solo para hacer real un ambiente determinado sino para establecer el tipo de sensación que se tiene en relación con el color que reflejan los objetos. Una vez aceptada esta situación, nuestra propuesta es dar al viajero la posibilidad no ya solo de experimentar distintos escenarios lumínicos sino además la de ejercer el control sobre ellos. Aquí hay que añadir que la unidad de partida siempre es la persona y no la habitación, por tanto, en una habitación doble se debe considerar la posibilidad de que los dos huéspedes puedan ejercer controles separados del ambiente, si tienes dos mandos seguro que se incita algún tipo de dilema, que aboca irremisiblemente a algún tipo de comunicación. No se aceptan ni las imposiciones ni las sugerencias, la base de la comunicación es una acción. En este sentido hay una cierta preocupación por la sostenibilidad del funcionamiento del hotel que se basa en hacer protagonista al huésped. Pueden llegarse a dejar para el huésped acciones tradicionalmente ejecutadas por el personal del hotel, como por ejemplo que el servicio de habitaciones sea en realidad un área de autoservicio, o digámosle buffet libre donde se incentiva la relación entre huéspedes de distintas habitaciones. Lo consideramos otro nivel de interactividad, y no se trata tanto de darle trabajo al cliente sino de darle un mayor control sobre su ambiente, darle las posibilidades para que pueda actuar.
Al dar esta libertad al huésped se ponen en crisis algunas ideas que tenemos sobre los espacios dentro del hotel. Sobre los elementos fijos y los móviles. Es lo que podríamos llamar el concepto del hotel de una sola puerta. Es decir, la verdadera puerta es la que marca el paso desde la calle al interior, y a partir de ahí, más que encontrar espacios cerrados, más puertas, vas teniendo la posibilidad de conseguir mayor intimidad sin perder el contacto con el todo. Esto nos aboca a que los espacios sean en cierta medida multifuncionales, un tercer nivel de interactividad, es decir que los pasillos acepten ser antesalas de la habitación, que las escaleras permitan una conversación calmada.
Y al final no hay que perder el carácter urbano del edificio, el hecho indiscutible de que está en la ciudad. Igual que las personas deben tener las herramientas para interactuar, el edificio debe también intentar establecer algún tipo de comunicación con el contexto urbano. Yendo de fuera, la calle, a dentro siempre tendremos los cafés de hotel, o la sana tendencia a recuperar la tradición de los restaurante de hotel, estrategia que ayuda a sostener una cocina de calidad combinando una clientela de viajeros alojados con otros viajeros o residentes en la ciudad. Es un camino para rebajar el aislamiento de los huéspedes en el hotel. Y yendo de dentro, el hotel, hacia fuera, la calle, también pueden aparecer estrategias para comunicar no ya la presencia del hotel sino el hecho de que ahí dentro se llevan a cabo actividades. De menos a más y volviendo a lo menor, igual que los distintos escenarios lumínicos de la habitación, de acuerdo con el humor de los huéspedes ahí alojados, se trasladan a las zonas de circulación para participar en su configuración luminosa cambiante, así también la misma luz puede ser advertida desde la calle para, por qué no, hacer al transeúnte un poco partícipe del lugar del viajero.